viernes, 30 de diciembre de 2011

Breakfast at Tiffany's, Capote.

"You know what's wrong with you, Miss Whoever-You-Are? You're chicken. You got no guts. You're afraid to say, 'O.K., life's a fact.' People do fall in love. People do belong to each other, because that's the only chance anybody's got for real happiness. You call yourself a free spirit, a wild thing. You're terrified somebody's going to stick you in a cage. Well, baby, you're already in that cage. You built it yourself. And it's not bounded by Tulip, Texas or Somaliland. It's wherever you go. Because no matter where you run, you just end up running into yourself."

Diálogo en Breakfast At Tiffany's, de Capote, en su versión adaptada a la pantalla grande.

La Dolce Vita, por Fellini.

"Tú dices siempre que estoy loca. Que estoy fuera de la realidad. Pero tú eres el equivocado. Has encontrado lo más importante de la vida. Una mujer que te quiere de verdad. Dispuesta a dar la vida por ti si es necesario. Y lo estropeas. Estás inquieto, insatisfecho.[...] Cuando dos personas se quieren lo demás no importa. ¿De qué tienes miedo?" 

Diálogo de la versión subtitulada al español de La Dolce Vita; de Fellini.

Se está haciendo cada vez más tarde, de Antonio Tabucchi.

"Llega siempre el momento en el que comprendes que la ilusión sucesiva de los días, o su música, ha llegado a su fin. Si era ilusión, es como cuando, en el instante del alba, los contornos de lo real, antes difusos, se ven invadidos por la luz creciente y se vuelven nítidos, cortantes como hojas, y sin remisión. Si era música, es como si las notas de una orquesta, después del movimiento 'allegro, scherzoso, adagio y allegro maestoso', se volvieran solemnes y se apagaran lentamente: las luces se amortiguan y el concierto ha terminado."


Fragmento de La máscara está cansada; Se está haciendo cada vez más tarde, de Antonio Tabucchi.

Frankenstein, de Shelley.

"Estoy dispuesto a razonar. Sé bien que la cólera que siento me perjudica más que me favorece. Aunque no lo creas, tú eres la causa de mi mal. Si alguien fuera capaz de sentir benevolencia hacia mí, se la devolvería cien veces mayor. Por esa única criatura, para agradar a ese ser, sería capa de hacer las pases con la humanidad entera. Mas esos sueños no podrán realizarse nunca. Mi propuesta no carece de lógica y no es nada extraordinario para ti el satisfacerla. Quiero una criatura de sexo femenino tan horrible como yo. Creo que es lo menos que puedo pedir, y con ser tan poca cosa, bastará para satisfacerme. Es verdad que seremos dos monstruos, dos seres distintos de cualquier persona humana; pero eso es precisamente lo que nos unirá. Nuestras vidas podrán no ser felices, pero que sí serán es inofensivas y estarán, sobre todo, libres de la miseria y del padecimiento que hoy me aquejan."

Fragmento de Frankenstein, por Shelley.

Werther, de Goethe.

"La naturaleza se despierta en ella y enciende de repente en su seno una llama secreta que se aumenta con las lisonjas que recibe de los hombres; aquellos placeres en que hasta entonces encontraba las mayores delicias, se le hacen cada vez más insípidos hasta que, al fin, halla un hombre hacia el que se siente inclinada por un atractivo irresistible y desconocido. Entonces olvida el mundo y todo cuanto la rodea, no oye, ni ve, ni entiende nada más que en él, ni desea más que a él, a ese ser único. No hallándose corrompida todavía por los falsos placeres de una inconstante vanidad, sus aspiraciones y deseos no tienden más que a un solo objeto fijo: quiere ser de aquel que ella ama; quiere asegurar por medio de un lazo eterno la dicha que ella anhela y la reunión de todos los goces a que aspira. Algunas promesas reiteradas ponen el sello a sus esperanzas; apasionadas caricias encienden sus más vivos deseos y su alma toda se encuentra sumergida en ese mar de ilusiones, ya flotando entre las sensaciones más vagas, rodeada de los encantadores presentimientos de todos los placeres desconocidos que la esperan. Exaltada, extasiada, extiende, al fin, los brazos para estrechar en ellos el objeto de todos sus deseos, y... no encuentra más que un fantasma... el objeto real ha desaparecido... ¡su amante la abandona! Atónita, descorazonada, sin saber lo que le pasa, se encuentra al borde del abismo; no ve más que oscuridad y tinieblas a su alrededor, se acabó para ella la esperanza; ya no hay consuelo para ella... ¡Aquél en quien ella había puesto toda su existencia la ha abandonado!... Ya no ve delante de sí la inmensidad del universo; ya no ve a ninguno de los muchos que la rodean que podrían reparar su pérdida; no se ve sino a sí sola, a ella sola abandonada por todos."

Fragmento de Werther, de Goethe.

Desvaríos, de Rimbaud.

" Desvaríos. 

II. Alquimia del verbo.

Sobre mí. Historia de una de mis locuras. 
Desde hace mucho tiempo presumía de conocer todos los paisajes posibles y encontraba ridículas las celebridades de la pintura y de la poesía moderna. 
Me gustaban las pinturas idiotas, las portadas, los decorados, las telas de saltimbanquis, las muestras, las estampas populares, la literatura pasada de moda, el latín de iglesia, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestros abuelos, los cuentos de hadas, los pequeños libros para niños, las viejas óperas, los estribillos tontos, los ritmos ingenuos. 
Soñaba con cruzadas, viajes de descubrimientos de los que que no existen crónicas, repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los encantamientos. 
¡Inventé el color de las vocales! A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, presumí de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos. Me reservaba la traducción."


Rimbaud.

El Aleph, cuento de Borges

"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Sentí infinita veneración, infinita lástima."



Fragmento de El Aleph, de Jorge Luis Borges.

Azul, de Rubén Darío.

"Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura...

-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente..."


El pájaro azul; Azul, de Rubén Darío.

Paseo en Trapecio, de Gustavo Sainz.

"[...] -Puestas una junto a la otra, sin ropa, serían diferentes en tanto que son dos personas diversas, pero no sería posible situarlas en el tiempo. En otros términos, estarían fuera de tiempo, es decir, de la historia, o sea, de la eternidad, o por lo menos, de lo que el hombre llama eternidad. Cuando usted se ve desnuda para meterse en la cama y dormir, o sea desaparecer del espacio, usted, con toda lógica, empieza por deshacerse de todo lo que ancla en el tiempo, de todo lo que la ata a la historia, es decir, de las ropas. Para desaparecer del espacio usted, ante todo, desaparece del mundo, y las ropas son el mundo...
Y ella: 
-Es que a mí la ropa me fastidia por la noche... No veo la hora de librarme de ella...
Y Moravia, contundente:
-En otros términos, le fastidian la historia, el mundo, los hombres, la civilización, la cultura... Usted quiere desaparecer y siente que para lograrlo, ante todo, tiene que abolir la parte de sí misma que la hace existir en el tiempo..."


Fragmento de Paseo en Trapecio, de Gustavo Sainz.

Todas las familias felices, de Carlos Fuentes.

(...) sigue adelante. Piensa que hicimos muchas cosas mal hechas porque perdimos las ilusiones. El país se nos fue de las manos (...). Como que se nos rompieron los lazos que nos unían a todos. Al cabo, se trata de sobrevivir, nada más. Cuando tienes ideales, no te importa si sobrevives o no. Te la juegas. Ahora ya no hay vínculos. Los rompió el olvido, la corrupción, el engaño, el guiño. El guiño en vez del pensamiento, en vez de la palabra, el guiño lépero (...), la seña de la complicidad de todos y entre todos y para todo. Mírame y contempla la tristeza de un sobreviviente."

Todas las familias felices, Carlos Fuentes.

Todas las familias felices, de Carlos Fuentes.

"(...) ella era una mujer de inteligencia extraordinaria. Adelantaba sus estudios con tal rapidez que doblaba al más aventajado. Su vocación era la filosofía, la literatura, el arte, el universo de la cultura. (...) no se casaba. O, más bien, estaba casada con el mundo de las formas estéticas. ¿Igual que usted? Sí, pero fíjese qué diferente. Ella nació en una familia acomodada. ¿Cree usted que venir de muy abajo como usted presta mayor mérito al esfuerzo por ascender? Se equivoca. Cuando se nace arriba, la tentación de dejarse ir, de se laisser aller, es muy grande. Combatir la comodidad es más difícil que pelear con la penuria. Usted tenía que lograr lo que no tenía. Ella tenía que alejarse de lo que ya tenía... (...) La mirada de mi hija era tan fuerte que prohibía la familiaridad, en casa y fuera de ella. Sus ojos nos decían a todos: 'No se acerquen. Los quiero mucho, pero me basto sola. Acéptenme como soy.' "

Fragmento de Madre dolorosa, Todas las familias felices; de Carlos Fuentes.